Pero bueno, no están libres de culpa. Su estilo sí llega a ser empalagoso, y a veces caen en la autocomplacencia (el demasiado común síndrome de la fórmula probada), pero sus canciones y letras, a menudo basadas en la cotidianeidad y en una especie de exaltación de la soledad y la introspección suelen ser deliciosas, incluso conmovedoras, si son escuchadas en el contexto (o en el mood) adecuado. Por lo pronto, para mí son una de esas bandas que se han adueñado de un rinconcito de mi corazón, que muchas veces brinca de regocijo con las dulces melodías neodonovanas (je) de Belle and Sebastian.
Definitivamente a partir de su último álbum, The life pursuit, han llegado a un público más grande en parte gracias a la expansión musical del sonido distintivo del grupo (de momentos coquetean hasta con el glam setentero), para mí, la versión definitiva y paradigmática de Belle and Sebastian es Lazy Line Painter Jane, con la eufórica y gozosa interpretación de la banda y de Monica Queen (vocalista invitada), que sumada a sus exhuberantes arreglos cuasi Phil Spector (pared de sonido incluida) y la historia de una joven, digamos, decidiendo a prostituirse.